Dios, la nada y el coronavirus planetario

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¿Por qué? ¿Por qué, oh Dios, me has abandonado? ¿Por qué nos has abandonado? ¿Por qué ahora esta invasión del coronavirus letal y planetario?

El buen amigo ateo responde … Son preguntas sin sentido. No hay respuesta. Nadie responde.

 ¡Ay buen amigo, ay! ¿Es la nada una contestación? ¡Quizás la respuesta esté en la fragilidad, finita o infinita, de la condición humana!

 Unos son atacados por el maldito virus, y muchos mueren. Otros velan hasta la extenuación por los que sufren. Unos terceros quedan confinados días y noches en silencio y soledad.

 Y todos compartimos esperanza. Queremos salvarnos. Liberarnos del mal. Vivir mejor … de manera justa, solidaria, libre, humana. Vivir y morir con una íntima esperanza humana no es absurdo.

 ¿Por qué espero? ¿Por qué esperamos? ¿No hay respuesta ?. ¿La hay y no la escuchamos?

Pero la pregunta está clavada en el suelo como una cruz bajo un cielo que se oscurece. Morir significa que hay muerte en la vida. El enigma es si hay vida en la muerte. Los árboles frondosos y la hierba humilde nacen cuando las semillas se adentran bajo tierra y mueren. Cuando tenemos sed … deseamos, buscamos y encontramos la fuente de donde brota el agua.

 Cuando tenemos sed de Dios … ¿Le deseamos, buscamos y encontramos …? ¿Dónde? Quizás en los que lloran, en los que aman, en los que sonríen, dentro de nosotros … en la nada.

 

Luminosidad del sol

Mosén Blai Blanquer, desde su confinamiento y su sabiduría, aporta unos apuntes dominicales.

 «El Señor está cerca de los corazones que sufren, salva a los que se sienten deshechos» (Salmo 33).

 «No hay nadie que no tenga ojos. Pero algunos hombres los tienen empañados, y no pueden ver la luz del sol; ahora, de que los ciegos no vean no se sigue que la luz del sol no brille«(Teófilo de Antioquía)

 «Muchos encontramos el sentido global de la existencia en la fe cristiana que nos recuerda que toda nuestra vida está envuelta en la mirada de Dios» (obispo Juan María Uriarte)

 «Es urgente recuperar el carácter luminoso propio de la fe, porque cuando su llama se apaga, todas las otras luces acaban flaqueando» (Papa Francisco)

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