La CUP ha muerto. Que los cupaires no descansen en paz

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                    La decisión de la CUP de boicotear los presupuestos del Govern soberanista catalán implica también, entre otras consecuencias, la inminente muerte de la misma CUP. Que los cupaires no descansen en paz. Su cúpula leninista provoca la división de esta organización anti lo que sea. Habrá dimisiones de cargos y deserciones de la gente de buena voluntad. La historia de la CUP se democráticamente vergonzosa. Sus dirigentes han vetado a perseguidos por la justicia española, como el president Artur Mas, que ha cometido el delito de ser demócrata y de poner las urnas en la calle. Han incumplido acuerdos públicos adoptados en sede parlamentaria para garantizar la estabilidad del Govern de Junts pel  Si. Han justificado la actuación de encapuchados fascistas violentos en Gràcia. La cúpula cupaire ataca así el proceso soberanista catalán democrático y pacífico y, a la vez, impide que los sectores más débiles de la sociedad puedan ser mejor atendidos. Pero, eso sí, los que queden de la CUP vivirán la mar de bien en las once propiedades del diputado cupaire Benet Salellas que, ¡ay!, ha recibido gracias a los perversos mecanismos capitalistas de las donaciones y las herencias. Pueden estar bien contentos. Han hecho el juego a los soberanistas españoles (PP, PSOE, Ciudadanos, Podemos) que defienden una España soberana pero que niegan que Catalunya sea soberana e independiente. Los ámbitos políticos y mediáticos españolistas de la Castellana y de la Diagonal estarán contentos. Que los cupaires que queden en la CUP no descansen en paz. Los independentistas catalanes, como demócratas, tienen que aceptar esta derrota pero a la vez deben intensificar su compromiso a favor de una Catalunya más libre, más solidaria, más soberana.

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